Crítica a "El árbol de la vida"

El universo trasciende a cada suspiro, deseo, miedo o trauma que nos envuelve. La historia de la vida camina al mismo tiempo que nuestras dudas. No hay trascendencia, sólo un caminar.
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Se narra la mente y el recuerdo. La mente es figura, es símbolo, angustia, preguntas, búsqueda de uno mismo. Esa parte de nosotros que siempre miramos con duda pero nunca alcanzamos porque es el niño que lleva nuestros traumas.
El recuerdo, sin orden, subjetivo, se engrandece con la proyección de la mente que lo proyecta. Ritmos y sonidos que marcan su desarrollo, tintan y trazan, magnifican y clavan en la mente, la entidad del hecho mismo recordado.
La estética, en todas partes, cuidada, buscada, anhelada, requerida. La cámara se mueve como quiere el subconsciente, como busca cada rayo de luz que pasa por una hoja o cada movimiento del viento.

La quietud, el escapar de lo apresurado; ni la explosión más devastadora, ni la más solemne creación, se moviliza por lo urgente. Todo debe ser observado, analizado, meditado. La mente no reflexiona por pequeños detalles o acontecimientos marginales. La mente, debe observar la grandeza del conjunto, debe saber la realidad de toda su creación.
El saber amar, hilo conductor de la visión con la que entonamos nuestra determinación, debe acentuarse en lo que nos rodea y quitarnos los parches que nos impiden ver más allá de nuestro egoísmo y de nuestros miedos.

La angustia, la duda, siempre presentes como un puño cerrado que aprieta la sucesión de la vida. Muy fuerte, muy desgarradora, muy visceral. Angustia en estado puro.
La redención, la gracia, el saber perdonarse a uno mismo, el superar los miedos. Se da en ofrenda el miedo para ver la vida en un nuevo paso. No se abandona, se entiende, deja de pesar en la mente y sólo queda en el recuerdo. Se acepta uno mismo, se crece.

POESÍA
Jorge Astorquia
Septiembre 2011

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